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Cuando el hombre no vale tanto 

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 Haber sido cubano y testigo de todo el desarrollo de ese proceso que vive el país desde el año 59 hasta mi deserción en el 91, no solo participar como un testigo pasivo, haber sido uno de aquellos jóvenes soñadores que se formaron en aquellas ideas reformistas y hasta progresivas para sus tiempos, cargadas de esperanzas en un futuro pintadas con las más exquisitas acuarelas y pinceles de la época, me brindan hoy la oportunidad de viajar por mi museo particular, esa larga exposición que solo brinda la vida transcurrida y que a veces nos resulta inagotable. Haber sido marino durante más de dos décadas enriquece profundamente esa visión retrospectiva de la vida, me dio la oportunidad de conocer mucho más allá del limitado mundo vivido por cualquier cubano, pude establecer comparaciones y formarme una idea de los fines que yo como persona perseguía, no solo desde el punto de vista personal, elaboré con todas aquellas amargas y dulces experiencias ese mundo ficticio que deseaba para mi pueblo. Fantasías que un día muy temprano llegaron a derrumbarse, cuando sus cimientos no soportaron el peso de toda la falsedad que cargaron sobre ellos. Creo, que el mayor daño o choque recibido en toda mi vida fue haber visitado el Campo Socialista, aquel era nuestro futuro y nuestra meta, el paraíso materialista donde no fue imprescindible la presencia de Adán y Eva. Después de poder palpar a primera mano cual sería nuestro destino, mi opinión y aspiraciones cambiaron radicalmente hasta convertirme en un opositor que luchaba consigo mismo, era una batalla entre las ideas inculcadas a través de los años y una realidad perversa captada por mis ojos. Con el tiempo llegué a comprender que el hombre no vale tanto y en muchas ocasiones casi nada, entendí que la verdad existe dentro de tu mente, tu verdad.

 Un día cualquiera de finales de los ochenta, arribé a los astilleros del pueblo Astillero en Santander para realizar la reparación de garantía del buque “Bahía de Cienfuegos”. Allí permanecimos un mes y medio que nos sirvió para despejar un poco, toda la tragedia que había significado un viaje alrededor del mundo, procedíamos de la ciudad de Abidján, capital de Costa de Marfil donde descargamos más de doce mil toneladas de arroz procedentes de Rangoon, capital de Burma.

 Mi trabajo como Primer Oficial tenía un extenso contenido, durante el trayecto había realizado la defectación del buque, eso significa, hallarle todos los defectos de construcción para luego hacer las reclamaciones al astillero constructor. Eso comprendía todo lo concerniente al departamento de cámara, cubierta del buque y su casco. Como responsable directo de la ejecución de esas reparaciones no tuve descanso en esas reparaciones, se me distinguía por usar un overall blanco y casco del mismo color, lo mismo podían observarme encaramado en una grúa, en el fondo de una bodega, en la caja de cadenas del ancla, supervisando el mantenimiento del casco, etc. Nada de ello era una sobrecarga para mí que siempre disfruté de mi trabajo y trataba de realizarlo con la mayor eficiencia posible, hay que agregar también que cualquier error de mi parte significaba miles de dólares y la democión inmediata del cargo. Bueno, esas medidas no se aplicaban a todos los oficiales, conozco a quien por negligencia se le inundó una bodega con más de tres mil toneladas de azúcar y solo fue penado con una multa de $400 pesos cubanos, es de suponer que era un compañero militante del partido, porque en el supuesto caso que me hubiera sucedido a mí, todavía estuviera guardado en el Combinado del Este acusado de ser agente de la CIA. Increíblemente y después de aquellas exitosas reparaciones, cuyo mayor peso en lo referente al departamento de cubierta cayó sobre mi persona, contando para mi desgracia con un incompetente Capitán. El Partido, Comisario Político y el Capitán solicitaron mi expulsión de la marina, ese es un tema tan largo y vergonzoso que lo utilizaré para una novela.

 Uno de esos días mientras supervisaba las reparaciones de las tapas de las bodegas, un tripulante se me acerca y me pregunta si conocía del estado de salud de un camarero llamado Rogelio. Era un negro de aproximadamente seis pies de estatura, militante del partido también, pero que por el contenido tan grande que tenía de trabajo, no me preocupaba en esos momentos por el personal, menos aún teniendo el buque un Sobrecargo, quien era el responsable directo del Departamento de Cámaras aunque yo fuera el superior. Aún así, cuando tuve unos minutos libres pasé por su camarote y me encontré a aquella muralla de asfalto totalmente derrumbada, supuse que muy bien podía deberse a una gripe pero nunca me dejé llevar por suposiciones, menos aún cuando no había estudiado medicina.

 Esa tarde regresé por el camarote de Rogelio en los  momentos que otro camarero le llevó la comida, vi como aquel negro no tenía fuerzas para cortar la carne, apenas comió y se tumbó de nuevo en la cama.  Hablé con el Capitán Montalbán y le expliqué la necesidad de llevar a Rogelio al médico, increíblemente aquel tipo me dijo que no se podía incurrir en gastos innecesarios, además, suponiendo que el negro tuviera alguna enfermedad contagiosa, el buque corría el riesgo de ser declarado en cuarentena, etc. No sé la repugnancia que sentí en aquel momento por ese individuo, un tipo que muy bien merece dedicarle a él solo un capítulo. Este tipo fue expulsado no sé por cuales motivos de Relaciones Exteriores parando de pistero en un garaje de Varadero, luego, por gestiones hábilmente realizadas por su esposa fue a recalar en la marina, era de basta cultura general pero un incompetente como Capitán y perdonen la redundancia. Este hijoputa que mientras yo me reventaba trabajando, compartía y dormía con un homosexual, al final del viaje fue uno de los que se atrevió a solicitar mi expulsión de la flota. ¡Coño! Esa fue una de las tantas oportunidades en las que comprendí que un hombre valía menos que un perro, el valor de un hombre varía de acuerdo a la posición geográfica de estos en la tierra, pero siempre se habían llenado en manifestar que en el socialismo era lo principal, lo más importante y con el tiempo la experiencia me demostró que todo eso ha sido una burda mentira.

 Al día siguiente y en una de esas visitas del supervisor de nuestra empresa, en aquellos momentos lo era Manolito (huevo de toros), un Jefe de Máquinas con el que había estado en la motonave Renato Guitart y con el que siempre mantuve buenas relaciones, le expliqué mi preocupación por la salud del negro y el hombre partió directo al camarote del Capitán, donde le exigió el envío inmediato de aquel tripulante al médico.

 Pocos días después y ante el empeoramiento de la salud de Rogelio se tramitó su envío a Cuba vía aérea. Mientras eso sucedía, en un encuentro de pelota con la tripulación del buque “Bahía de La Habana” que se encontraba de reparaciones en ese astillero, un Maquinista sufre al parecer una fractura en una pierna y tampoco es enviado al médico, se llamaba Omar del Peso y era el Secretario de la Juventud Comunista a bordo. En varias oportunidades lo observé en el salón de Oficiales con su pierna inflamada y siempre le preguntaba si no iba a reclamar que lo llevaran al médico. Omar me respondía haciendo gala de toda esa pasividad lograda en los cubanos durante estos años. Puedo manifestar con toda sinceridad que no tuve la más mínima intención de interceder por él, en primer lugar por no ser un subordinado directo mío, en segundo por ser un Oficial aunque fuera de baja graduación y en tercer lugar, por ser precisamente el Secretario de la Juventud, la persona más indicada teóricamente para reclamar los derechos de los jóvenes a bordo. En esas condiciones permaneció más de una semana hasta que por caridad lo enviaron al médico, cuando le practicaron rayos X le detectaron dos fracturas en el mismo pie y era necesaria una intervención quirúrgica, fue entonces cuando decidieron enviarlo también a Cuba por avión.

 A la arribada de Rogelio a La Habana lo enviaron al hospital de enfermedades tropicales situado en la calle 17 entre 200 y 202 en el reparto Siboney, allí detectaron que el negro estaba padeciendo de un paludismo contraído en Costa de Marfil en estado avanzado, pudieron salvarlo. Pero no ocurrió lo mismo con otro tripulante, no recuerdo exactamente si del Caribean Queen, quien falleciera en uno de esos viajes a ese mismo país. Por otro lado, a Omar del Peso hubo que practicarle dos intervenciones quirúrgicas en el pie fracturado y a nuestro regreso dos meses después, aún se encontraba convaleciente.

 Mucho se habla y muchos creen en el supuesto valor que tiene el hombre dentro del socialismo, la vida me demostró que todo era una gran mentira, basta hacer un recorrido desconocido por gran parte de nuestro pueblo, para comprobar como se ha jugado con la vida de nuestros hombres como si fueran simples piezas de ajedrez, ejemplos sobran dentro de la marina mercante y de esos ejemplos se sabrá cuando toda la mentira acabe por hundirse y flote la verdad, como sucedió en el naufragio del campo socialista. Rogelio debe saber que me debe la vida aunque no lo manifieste, ¿cómo reconocer algo que hizo un gusano por él? Cuando aquello cambie y si aún está vivo recuperará la memoria, no lo duden, así sucedió y sucederá.                           

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
12-1-2001.