El barco se habia hecho a la mar con buen viento, pero pronto la calma detuvo
nuetra marcha, y toda la jornada siguiente se empleo en remontar la costa
oriental de Tenerife con una débil brisa de tierra. Si embargo aquel
cabotaje no dejaba de tener interés: costeabamos muy cerca de la orilla
y, una vez mas, volvimos a pasar frente a los agrestes declives de Tacoronte y
de El Sauzal, divisamos de nuevo los verdes montes de La Oratava, los taludes
soberbios de la Rambla y de Icod, reconociendo uno tras Otro, en aquella revista
maritima los cerros y los promontorios que habiamos escalado, los barrancos que
habiamos tenido que salvar y todos los valles que habiamos recorrido. Pero por
la noche todo quedaba sumido en las sombras, la brisa se puso a favor, el patron
arrumbo hacia La Palma y nuestro barco viro hacia alta mar.
Yo formaba parte de la tripulacion del Indomptable, como timonel. Despues de la
batalla de Trafalgar nuestra nave fondeo frente a Cadiz, junto con las tristes
restos de la escuadra. Teniamos doscientos cincuenta heridos tendidos en las
literas, y el sollado y la bateria baja estaban atestados de ellos. Por la
noche, y a causa de un desafortunato golpe de viento, el navio Le Bucentaure,
desarbolado y chalo como un punton, fue lanzado contra los escollas, frente a la
torre de San Sebastian. Tuvimos que recoger a la mayor parte de su tripulacion,
lo que elevo nuestro contingente a mil cuatrocientos hombres hacinados en un
navio en mal estado. Nuestra situacion empeoraba por momentos, la mar se
enfurecio y ya no era posible maniobrar ni entenderse en medio de la gran
confusion que reinaba a borde. En un momento de respiro abandone la cubiera para
visitar a los heridos y, al cruzar por la bateria, oi que me llamaba un
artillero tolones al que encontre tendido en una hamaca y vendado como una momia
: "Paisano"- me dijo, una maldita astilla de madera se ha abatido
sobre mi sin previo aviso : estoy desollado vivo desde la cabeza a los pies; los
esculapios me han debilitado igual que una gavia, y me muero de sed: un trago de
aguardiente, paisano, un trago de aguardiente". Por fortuna yo tenia lo que
me pedia. Ayunde al pobre muchacho a levantar la cabeza, y creo que si lo
hubiese dejado se habria tragado de una vez todo el aguardiente. Antes de
alejarme le anime a que tuviera paciencia y me respondio : "Oh, no te
preocupes, paisano : la armadura esta averiada, pero el animo es fuerte".
" Si el tiempo se mantiene, la traversia no sera larga ". El que asi
hablaba dirigiendose a mi, era un pasajero al que yo habia visto ayudando en la
maniobra. El acento de aquel hombre me llamo la atencion. " Es usted
francés ? " -le pregunté- . " De Tolon " -me
respondio-; " internado en España tras la batalla de Trafalgar, mas
tarde, prisionero de guerra y enviado al deposito de las islas Canarias ".
Estreché la mano de mi compatriota y, hasta que me fui a dormir, estuve
escuchando su historia. Esto es lo que recuerdo :
La historia del antiguo timonel del Indomptable ta quedado grabada en mi memoria
y por ello estoy seguro de haberla transcrito fielmente. Durante el
relato el viento se mantuvo y nos fue favorable hasta que se hizo de día.
En la mañana del 25 octubre estuvimos a punto de embarrancar sobre la tea
a marca baja, y el comandante hizo cambiar de fondeardero. Esta maniobra nos
costo una de nuestras dos anclas, por lo que hubo que conformarse con pasar la
noche con la unica amarra que nos quedaba, insuficiente para resistir la fuerza
de la tempestad, por lo que se partio a las nueve de la noche y nos abalanzamos
sobre la costa. Frente al fuerte de Santa Catalina. El navio toco fondo y se
tumbo de banda. En esta lastimosa situacion los hombres utiles que quedaban a
bordo buscaron refugio en el alcazar. La confusion fue indescriptible, mas de
mil hombres apretujados, sofocados en un espacio donde no cabian doscientos:
unos, colgados de las jarcias; otros, luchando desesperadamente para poder
seguir viviendo un poco mas; éstos, asfixiados y atropellados;
aquéllos, arrojados a lo largo de la borda o en la cala. Y por
añadidura, un mar tempestuoso que rompia furiosamente contra aquella masa
agonisante, dejando al buque sin mandos, barriendo el puente. Era espantoso! Yo
estaba cerca de la gran escotilla, entre unos cabos que rodeaban a un trozo de
mastil. De pronto se oyo un espantoso crujido, se estremecio la estructura del
navio, se desfondo la quilla y el agua penetro por todos sitios inundando el
entrepuente y la bateria baja. Enfonces los gemidos confusos de varios cientos
de voces, un prolongado grito de angustia y de muerte me helo el corazon; todos
nuestros pobres heridos acaban de ser tragados por la amr. Todavia alcance aver
a dos o tres -con sus miembros amputados el dia antes-arrastrarse hasta la gran
escotilla para tratar de ganar la cubierta. Pero fue en vano: el remolino los
surprendio antes de que alcanzaran la escala. La mar, despiadada, iba demoliendo
el barco trozo al trozo al tiempo que se llevaba a los vivos y a los
muertos.Permaneci a bordo hasta medianoche, y calculando entonces que la marea
estaria quieta, me disponia a abandonar el buque cuando una ola me arrastro. A
pesar de que soy buen malador, a duras penas me sostenia a flote afectado como
estaba por los tremendos acontecimientos que habia sufrido los dos ultimos dias.
Un tablon vino en mi ayuda, un compañero de infortunios se habia agarrado
a un extremo del madero, y yo me aferré al otro extremo:" Animo,
amigo!" -le grité-; "empujemos juntos hacia la orilla, en
direccion a al luz que veo por alla". Nadamos unos diez minutes agarrados
al tablon, hasta que la resaca nos obligu a zambullirnos. "Fondo de
arena!... Estamos salvados!", grito mi compañero al salir a la
superficie al tiempo que una segunda ola me arrojaba a una playa arenosa; pero
mi hombre habia desaparecido.
Me apresuré a alejarme de la orilla por temor a que otro golpe de mar me
arrastrara de nuevo, y me dirigí hacia la luz que me había servido
de guía. Era el fuego que habían encendido por la noche, al
oír nuestro cañonazo de alarma, los soldados de un puesto de
caballería española establecidos en un pequeño reducto
delante del fuerte de Santa Catalina. La noche era muy oscura. Oí que
alguien pasaba cerca de donde me encontraba, pero no podía distinguir
nada. "Quién esta ahí ? " - " Soy yo, soy yo,
paisano " - respondió a mi pregunta una silueta fantasmal que me
apretó entre sus brazos.
Después de una batalla y de las terribles pruebas de un naufragio, uno
esta al borde del delirio. Confieso que no podía dar crédito a lo
que veía : ante mi aparecía la sombra del artillero tolonés
que había dejado envuelto en vendas en su hamaca, horas antes de que
ocurriera la tremenda catástrofe que se Ilevó a todos nuestro
heridos. Pero no cabía duda: era él, le tocaba, le hablaba, pero
así y todo yo seguía dudando. Me dijo: " Paisano cuando me di
cuenta que los otros del sollado se sumían en la mar,el miedo a la muerte
se sobrepuso al dolor que yo sentía: rompí las ligaduras, de tres
saltos alcancé el alcázar por la escotilla de proa, y le di las
buenas noches al navío. Tu trago de aguardiente me había
reanimado, nadé hacia tierra y aquí estoy. Pero la herida sigue
ardiendo lo mismo paisano" . Y diciendo esto me enseño los hombros
en carne viva. El pobre diablo sangraba: lo sostuve entre los brazos y nos
arrastramos hasta el fortín donde los generosos dragones
españoles se despojaron de sus capas para cubrirnos, y compartieron su
vino con nosotros y con los compañeros que se reunieron alrededor del
vivaque. Además, salvaron a otros que estaban a punto de morir en la
playa. De los mil cuatrocientos hombres que habla el día anterior a bordo
del Indomptable, solo ciento sesenta pudieron ganar la orilla: el mar se trago a
los demás. Mi compañero el tolonès era un buen mozo en lo
mejor de sus años y fuerte como un roble. Dos meses permaneció en
el hospital.
No voy a contarle a usted todo lo que me sucedió mientras
permanecí en el puerto de Santa María después del
catastrófico naufragio, ni mi encierro en los calabozos ni todas mis
otras desaventuras. Las Islas Canarias, a donde finalmente me enviaron junto con
otros quinientos prisioneros de guerra franceses, se han convertido para
mí en una segunda patria. No podemos por menos que encomiar el trato
humanitario que hemos recibido de esta gente y la buena disposición hacia
nosotros por parte de las autoridades. El intendente real, don Marcelino Prat
merece ser citado con todos los honores: anótelo en su libreta y no lo
olvide. Este hombre digno hizo por nosotros todo cuanto estaba en sus manos. A
todos aquellos de los nuestros que podían trabajar en un oficio , les
facilito herramientas y les permitió que trabajaran donde quisieran. El
capitán general y el teniente coronel Megliorini, mayor de la plaza de
Santa Cruz de Tenerife, se interesaron también por nosotros. En cuanto a
mi la suerte me de paro el conocimiento de un comerciante que me dio trabajo:
desde entonces le he tomado gusto al comercio y acabé por establecerme en
este país. Los primeros años fueron penosos, pero ahora las cosas
no me van mal.
A las seis de la mañana nuestro barco anclo frente a Santa Cruz de la
Palma capital de isla. La visión de la tierra, a la primeros rayos del
sol, era encantadora.