TRES CUENTOS DE PIERRE-YVES MILLOT
(Glem / Millot Éditions / 2002)

Pierre-Yves Millot
dirección : pymillot"at"yahoo.com

traducción : Maliyel Beverido





La falda de Marylin Monroe (La jupe de Marylin Monroe)


Acababa de levantar la falda de Marilyn Monroe y empezaba a acariciar sus muslos mientras la besaba amorosamente – Ella me decía “¡Querido, te adoro!”, con su acento encantador –, cuando un timbrazo me sacó del sueño. El imbécil que acababa de separarme de Maylin Monroe tocó dos veces más el timbre hasta que acabé por abrir la puerta. Lo recibí en calzoncillos, con cara adormilada aún (¡pues cómo no!), con un “¿qué quiere aquí?” poco amable pero justificado (ver más arriba). “Discúlpeme, ¿la editorial Tollim es aquí?, dijo del modo más educado que pudo.
–Es posible, ¿qué quiere?
–Vengo a dejar un manuscrito.
–¿Ah, si? Dame acá.
Tomé el escrito, lo abrí al azar y recorrí rápidamente y luego, al acordarme repentinamente de que este triste individuo acababa de importunarme durante mi siesta e interrumpir mi encuentro íntimo con Marylin Monroe, me agarró ese furor terrible que sólo conocen los editores. Antes de que tuviese tiempo de reaccionar, tomé un martillo que estaba por allí y le surtí un golpe tan tremendo que se derrumbó inconsciente, sin haber podido gritar nada, ni siquiera ay. Estaba muerto. Corté su cadáver en doscientos cuarenta pedazos, que repartí equitativamente en veinte bolsas de plástico (doce pedazos por bolsa), y enseguida fui a diseminarlos en el mismo número de basureros municipales.
Me olvidé de este cuentito hasta que, algunos años después, me topé con el manuscrito que me había dejado aquel impertinente escarmentado y que se había extraviado al fondo de un mueble. Contenía unos veinte relatos. Sólo uno de ellos merecía ser publicado. Naturalmente me lo apropié. Es este mismo que ustedes acaban de leer.



El segundo piso (Le deuxième étage)

Imagínense que están subiendo los peldaños de una escalera, en un edificio cualquiera. Ustedes van a casa de unos amigos, por ejemplo. Ellos viven en el cuatro piso. Sin elevador. Ustedes están todavía en el segundo piso. Suben. Sorpresa, al llegar al piso siguiente, el número marcado en la pared sigue siendo el 2. Siguen. Y vuelven a encontrarse el mismo número. Sin embargo deberían estar ya en el cuatro piso, donde sus amigos. Sin duda hay un error, o algún bromista... Ustedes tocan a la puerta. Se abre. “¿Oiga, aquí viven los Torrija? –No, es en el cuarto piso”, les contestan, haciendo señas de que hay que subir. Luego de un momento de duda, ustedes reemprenden el ascenso. Pues si acabo de subir cuatro pisos, se dicen ustedes. Pero en momentos como esos echamos todo en la cuenta de lo incomprensible (carga con todo, lo incomprensible); quizá descuidaron su atención, quizá la fatiga... Llegan al piso que debería ser el tercero, según su nuevos cálculos, o el quinto, según los anteriores. Y allí sigue estando el número 2. Bueno. Sólo puede tratarse de un error. Tocan a la puerta y vuelve a salir la misma persona. “¡Otra vez usted!”. Ustedes quieren disculparse. “Discúlpeme, me dijo que los Torrija viven en el 4° ¿verdad? – Sí, y aquí está en el segundo ¿lo ve? ¡ahí está marcado! – Claro que si, por favor disculpe la molestia”. Ustedes vuelven a emprender la subida y en el piso siguiente otra vez está escrito 2°. Ustedes vacilan. No, no hay que tocar de nuevo a la puerta. Entonces suben un piso más, sigue el número dos, y siguen subiendo y subiendo los escalones. Pero cada vez llegan al mismo número 2. Ya subieron quizá una decena de pisos desde la última tentativa y tratan de tocar sólo para ver, quizá en este caso... la puerta se abre: “¡Otra vez!” Y se cierra enseguida y oyen decir: “¡Está loco ese tipo!”. Entonces deciden bajar. Después de todo, quizá el cuatro piso está más abajo, antes de todos esos segundos pisos. Bajan. Número 2. Bajan. Número 2. Bajan cada vez más rápido, corren en el cubo de la escalera, número 2, número 2, número 2. Ya hace por lo menos diez minutos que están bajando los escalones de esta loca escalera, y siempre el mismo piso. Un momento, oyen una voz, la del habitante del segundo piso, que refunfuña: “¡A ver si ya le paran a su relajo en la escalera!”. Miran hacia abajo. Hacia arriba. Imposible ver el fin de la escalera. El segundo piso. Cadena perpetua. Sin embargo ustedes entraron en el edificio. Por la planta baja. Luego el primer piso. Y luego... Miran hacia abajo. Por encima de la barandilla. El torbellino de escalones. El vértigo. Se asoman. Caen. Al vacío.



La habitación de hotel (La chambre d'hôtel)

La ventaja de una habitación de hotel, es que hay una cama. Uno puede recostarse, descansar, dormir. Sin cama uno puede recostarse, descansar, dormir a ras de suelo. Pero eso sería mucho menos confortable. En efecto, el suelo, ya sea de parquet, de mosaico, de alfombra, recubierto o no con un tapete –y cualquiera que sea el espesor de éste– siempre es menos cómodo que un colchón. ¿Por qué? porque uno camina sobre el suelo y es más fácil caminar sobre una superficie dura, del tipo de la tierra apisonada o el asfalto, que sobre una superficie mullida, del tipo de un colchón. Pensemos que el suelo de la habitación de hotel esté hecho con una materia suave, blanda, espumosa, tan cómoda como una cama. Uno podría entonces recostarse allí, descansar, dormir. Pero ¿caminaría uno encima? Fuera de la habitación, evidentemente. Es más, en el absoluto dela verdad ¿acaso se necesita caminar en una habitación de hotel? No. Habría, pues, que suprimir las camas de las habitaciones de hotel, cubrir el suelo con una materia suave y expansible, digamos, acolchada. Así se podrían reducir considerablemente las dimensiones de la habitación a... las de una cama.
El cliente abrirá la puerta de su habitación, se acostará directamente en el suelo y cerrará la puerta. (Se tendría que prever situar una manija a unos centímetros del suelo, para que la puerta se pueda abrir y cerrar estando acostado). Los hoteleros ganarían, pues, un espacio considerable. Las habitaciones de veinte metros cuadrados ya nada más tendrían cuatro. Se multiplicaría por cinco su capacidad de alojamiento y se bajarían muchísimo los precios de sus prestaciones. A tal punto que será más rentable para cualquiera vivir en un hotel que en un departamento o una casa.
Se destruirían todos los lugares de habitación para dejar paso a los hoteles. Las ciudades desaparecerán, sólo perdurarían algunos edificios, dispersos en una naturaleza que retomará sus derechos. Hasta que ya no sea posible salir del hotel. Cada quien se quedará en su habitación de cuatro metros cuadrados, recostado, inmóvil, ataviado para un descanso eterno.




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